La Política de Apaciguamiento 1938-1939 y la Expansión de Alemania


La Política de Apaciguamiento fue el nombre que recibió una línea de actuación política favorable a hacer concesiones ante la agresividad o amenazas por parte de algún país para evitar un conflicto armado. Más concretamente, el término fue empleado para describir la actitud de las potencias occidentales, en especial de Inglaterra, gobernada por Arthur Neville Chamberlain, en respuesta a la política expansionista y belicista iniciada por Alemania desde que Adolf Hitler asumiera el poder absoluto en el año 1933, la cual llegó a su culmen entre los años 1938 y 1939, derivando en el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el 1 de septiembre del año 1939, fecha en la que tanto Inglaterra como Francia dieron por concluido el período de la política de apaciguamiento como consecuencia de la invasión de Polonia por parte de las tropas alemanas.

La política de apaciguamiento permitió a Hitler, entre los años 1933 y 1939, no hacer frente a los pagos de reparación de guerra estipulados en el Tratado de Versalles (1919), remilitarizar al país (1936), volver a recuperar la importantísima región industrial del Ruhr (1936), anexionarse Austria (Anschluss, 1938) e invadir Checoslovaquia con el pretexto de la cuestión de los Sudetes (1938).

La expansión de Alemania sobre Europa central

La política hitleriana de expansión tenía fijados sus objetivos desde comienzos del otoño del año 1937. El 5 de noviembre del ese mismo año, Adolf Hitler hizo saber a sus más estrechos colaboradores su decisión de “solucionar la cuestión de los alemanes de Austria y Checoslovaquia”, para lo que puso como fecha tope el año 1943. No obstante, se mostró dispuesto a obrar tan pronto como las circunstancias le fueran propicias. En ambos objetivos, Adolf Hitler se propuso buscar el éxito primeramente sin recurrir al uso de la fuerza: en Austria, imponiendo al canciller Schuschnigg la presencia en su Gobierno del líder del partido nazi austriaco Seyss-Inquart, quien, como dueño de la policía austriaca, era el hombre propicio para llevar a cabo el Anschluss desde dentro; en Checoslovaquia, impulsando abiertamente al jefe de los alemanes separatistas a reclamar no sólo la autonomía administrativa sino también el derecho para la mayoría de la población alemana de los Sudetes a confesar la nacionalidad alemana y la filosofía del mundo alemán. Ahora bien, desde el mismo momento en que Alemania encontró resistencia a todos esos proyectos, Adolf Hitler no dudó ni un momento en recurrir a la fuerza y a la amenaza militar para conseguirlos. En ambos casos, Hitler adoptó tal línea de dureza porque estaba totalmente convencido de que no tropezaría con la intervención de otra gran potencia, esto es, de Inglaterra o de Francia.

Consecuencia directa del éxito de Hitler fue la formación del Gran Reich, con 80 millones de habitantes, la adquisición de zonas industriales esenciales para la producción metalúrgica y, finalmente, la dislocación total del sistema francés de alianzas de retaguardia montados en centroeuropa tras la finalización de la Primera Guerra Mundial para controlar a la Alemania vencida. Ese mismo éxito también representaba el aumento del prestigio de la Alemania nazi en la Europa danubiana y balcánica, donde el nacionalismo había encontrado un gran número de adhesiones y donde se había desarrollado la penetración económica alemana con más decisión. Pero lo más curioso fue que todos los Gobiernos, sin excepción, comprendieron el profundo cambio surgido en la relación de fuerzas entre las grandes potencias europeas y cuyo resultado era el de una Alemania nazi convertida en árbitro de sus propios intereses sin que por ello movieran un solo dedo por impedirlo; y más chocante aún fue que todos los objetivos los consiguiera Alemania simplemente amenazando con recurrir a la fuerza.

¿Por qué permitieron las potencias europeas que la Alemania hitleriana realizara las primeras etapas del programa escrito por Hitler en su delirante obra Mein Kampf, como el de aumentar considerablemente su potencial bélico y adquirir en Europa Central una posición sin duda alguna hegemónica? ¿Por qué no se lo impidieron contrarrestando a la amenaza militar germánica con la misma medida?.


La política de apaciguamiento: Austria y Checoslovaquia

En el caso de Austria, el Gobierno de ese país sabía con certeza que no podía contar con sus vecinos danubianos, ni esperar gran cosa de Francia y, menos aún, de Inglaterra, para defenderse de las amenazas alemanas. La única potencia que había demostrado cierta firmeza ante la posibilidad de una anexión entre Austria y Alemania había sido Italia, pero la política de ésta había comenzado a sufrir una evolución, dos años antes, cuyos primeros balbuceos habían coincidido con la Guerra Civil Española, es decir, con la perspectiva de un conflicto entre los intereses italianos, de un lado, y los franceses e ingleses de otro. Desde enero del año 1937, con la formación del Eje Roma-Berlín, Italia comenzó a desinteresarse por los asuntos de Austria, hasta que el mes de noviembre del mismo año Mussolini se declaró “cansado de hacer de guardián de la independencia austriaca”.
La actitud del Gobierno francés fue vacilante, sin iniciativa alguna, obsesionada por asegurarse previamente el visto bueno y la ayuda de Inglaterra, sin la que no podía hacer nada. En consecuencia, cuando la anexión se hizo efectiva, se encontró totalmente desconcertada y con las manos atadas.

En mayo del año 1937, Neville Chamberlain sucedió en el cargo de primer ministro a Stanley Baldwin. Chamberlain calificó a su política exterior como de “apaciguamiento activo”, favorable a reducir fricciones y conflictos con la Alemania de Hitler, basándose en la creencia errónea de que el líder alemán se conformaría con la anexión territorial de Austria y los Sudetes checos. La política de Chamberlain también se apoyaba en una serie de ideas admitidas por muchos. En primer lugar, los supervivientes de la Primera Guerra Mundial estaban convencidos de que Europa no se podía permitir el lujo de meterse en otra confrontación mundial de la que seguramente no sobreviviría. En segundo lugar, numerosos sectores, entre ellos el propio Chamberlain, consideraban el nazismo más como una consecuencia “lógica” del Tratado de Versalles que como un ideario político, y que Adolf Hitler preferiría una negociación para conseguir sus objetivos territoriales antes que una guerra, creencia esta última, como pronto se demostraría, equivocada.

Cuando el 11 de marzo del año 1938 el Gobierno de Chamberlain recibió las noticias alarmantes provenientes de Viena, éste se apresuró, por un lado, a censurar severamente la política alemana para mantener una postura coherente de cara al exterior, mientras que, por otro, de forma más bien secreta advirtió al canciller austriaco Schuschnigg de que toda resistencia a Alemania “expondría a Austria a unos peligros contra los cuales el Gobierno de Su Majestad no puede garantizar su protección”. Seguidamente comunicó al Gobierno francés tal reconocimiento de impotencia.

En el desenlace de la crisis checoslovaca, no sólo tuvo importancia la política exterior practicada por Francia e Inglaterra, sino también la de la URSS. El Gobierno de Praga, en gran parte, se había resignado a abandonar la región de los Sudetes, en la que alrededor de unos tres millones y medio de habitantes eran de habla alemana, como consecuencia de la presión ejercida por Francia y Gran Bretaña. El Gobierno inglés nunca se había implicado en compromiso alguno con respecto a Checoslovaquia, cuyas fronteras se había negado expresamente a garantizar cuando los tratados de Locarno. Francia, por el contrario, había dado esa garantía en el tratado de alianza firmado el 16 de octubre del año 1925 con el Gobierno de Praga. En cuanto a la URSS, también tenía firmado un tratado de alianza con Checoslovaquia desde el 16 de mayo del año 1936, pero en el que no se había comprometido a prestar su colaboración armada hasta tanto que Francia hubiera cumplido sus compromisos. Así pues, en vista de que el Gobierno francés eludió, presionado por Inglaterra y su política de apaciguamiento, todos sus compromisos de alianza con Checoslovaquia, la URSS hizo lo mismo, máxime cuando Praga no pidió ayuda directamente a Moscú para solucionar la crisis.

Consecuencias de la política de apaciguamiento

El Pacto de Munich, firmado el 30 de septiembre del año 1938, entre Francia e Inglaterra con la Alemania nazi de Adolf Hitler, con Italia presente a modo de “convidado de piedra”, permitió al líder alemán la anexión de los Sudetes. El acuerdo como tal, aparte de realzar la política entreguista de las principales potencias europeas con el consiguiente desprestigio que eso acarreaba y con dos víctimas claras de tal postura (Austria y Checoslovaquia), lo único que consiguió fue dilatar el estallido inevitable de la guerra a la par que permitió a Adolf Hitler y sus enemigos rearmarse y prepararse aún más para la contienda mundial que se avecinaba. Lo pactado en Munich no fue más que el reflejo de la tendencia general de la época dominada por la política de apaciguamiento marcada por Inglaterra, la cual fracasó estrepitosamente cuando el ejército alemán conculcó lo firmado en Munich e invadió, seis meses después, el 16 de marzo del año 1939, todo el resto de Checoslovaquia.

La política de apaciguamiento comenzó a diluirse el 31 de marzo del año 1939, cuando el Gobierno británico, como medida disuasoria contra las nuevas demandas alemanas, garantizó la seguridad de Polonia de forma unilateral, lo cual no impidió que Adolf Hitler tomase la decisión de invadir este país, el 1 de septiembre, dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial.

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