Cataros


(del griego, katharos, ‘puro’), nombre adoptado por muchas sectas heréticas cristianas que alcanzaron enorme difusión durante la edad media. Los cátaros se caracterizaban por su rígido ascetismo y por su teología dual, basada en la creencia de que el universo estaba compuesto por dos mundos en conflicto, uno espiritual creado por Dios y el otro material forjado por Satán. Su cosmovisión se basaba en las doctrinas religiosas del maniqueísmo. También fueron conocidos como «Los Hombres buenos».

Incluidos bajo el nombre general de cátaros estaban los novacianos, una secta que se formó en el siglo III y que se oponían a admitir en el seno de la Iglesia a los cristianos ‘caídos’. Los paulicianos eran una secta semejante; habían sido llevados a la región de Tracia en el sureste europeo en el siglo IX, donde se unieron con los bogomilos. Durante la segunda mitad del siglo XII, los cátaros contaban con gran fuerza e influencia en Bulgaria, Albania y Eslovenia. Se dividieron en dos ramas, conocidos como los albanenses (absolutamente duales) y los garatenses (duales pero moderados). Estas comunidades heréticas llegaron a Italia durante los siglos XI y XII. Los milaneses, adheridos a esta herejía recibían el nombre de patarini (o patarines), por su procedencia de Pataria, una calle de Milán muy frecuentada por grupos de menesterosos. El movimiento de los patarines cobró cierta importancia el siglo XI, como movimiento reformista, enfatizando la acción de los laicos enfrentados a la corrupción del clero.

Las agrupaciones más grandes de cátaros se localizaban en el sur de Francia, donde recibieron el nombre de albigenses o poblicantes, siendo este último término una degeneración del nombre de los paulicianos, con quienes se les confundía. Carcassonne es uno de los sitios donde se encuentra uno de sus castillos más representativos.

Carcassonne es famosa por su papel durante la cruzada contra los albigenses, cuando la ciudad era un feudo de los cátaros. En agosto de 1209, el ejército de los cruzados de Simón de Montfort forzó la rendición de la ciudad después de un sitio de quince días. Tomó como prisionero a Ramón-Roger Trencavel y se convirtió en el nuevo vizconde. Amplió las fortificaciones y Carcasona se convirtió en una ciudadela de la frontera entre Francia y la Corona de Aragón. En el año 1213, la batalla de Muret, ganada por Simón de Montfort contra el rey Pedro II de Aragón, marcó el preludio de la dominación de los reyes de Francia sobre Occitania.

En 1240, Ramón Trencavel II hijo de Ramón Roger Trencavel intentó reconquistar sus antiguos dominios, pero no lo consiguió siendo expulsado junto con los ciudadanos que le apoyaron en la revuelta. La ciudad pasó a estar definitivamente bajo el control del rey de Francia en 1247, cuando Ramón Trencavel II renunció formalmente a su título de vizconte entregando el sello familiar. Luis IX perdonó entonces a las gentes que secundaron la revuelta y les permitió volver a Carcasona con la condición que se quedasen en la orilla occidental del rio, fundándose la parte nueva de la ciudad al pie de la colina, llamada la Ciudad Baja o Bastida de San Luis. Luis y su sucesor, Felipe III, construyeron las fortificaciones exteriores. En esa época, la fortaleza se consideraba inexpugnable. Durante la Guerra de los cien años, Eduardo, el Príncipe Negro, no consiguió tomar la fortaleza alta en el año 1355 aunque sus tropas si consiguieron tomar la ciudad baja.

Volviendo a los Cátaros , a finales del siglo XIV todos los cátaros habían desaparecido. Su decadencia se debió principalmente al surgimiento de las órdenes mendicantes, que contaban con gran popularidad. El único documento escrito cátaro que existe es un corto ritual escrito en lenguaje de los trovadores del siglo XIII, en lengua romance.

La amenaza que representaban los Cataros contra la Iglesia Católica de aquellas fechas, fue una excusa para tratarlos como herejes y rebeldes sociales, y a caballo de los poderes de la Iglesia y del Estado, exterminarlos.  El catarismo fue una filosofía que recogió los conceptos mas humanos del cristianismo, Los Perfectos y las Perfectas (que así eran  denominados) y que enseñaban esta nueva doctrina, se consideraban herederos de los apóstoles de un Jesús espiritual, nunca material, tenían como libro máximo al » Evangelio de San Juan » .


Lo que hemos contado hasta ahora es una descripción general, ahora pasamos a ver a los Cataros según la Enciclopedia Católica ,

Literalmente el término significa «puritanos» un nombre que ha sido usado o que se les ha aplicado a varias sectas en diferentes períodos. Los novicianos del Siglo III fueron frecuentemente conocidos como cátaros, y el término fue también utilizado por los maniqueos. En el sentido más amplio, cátaro fue una designación más generalizada para hacer referencia a las sectas dualísticas de los períodos tardíos de la Edad Media. Otros nombres numerosos estaban también en voga para denominar a estos grupos heréticos.

Sin hablar de las formas corrompidas de » cazzari «, » gazzari «, en Italia, y » ketzer » en Alemania, encontramos las siguientes denominaciones: » piphili «, » piphles «, en el norte de Francia; » arianos «, » maniqueos «, y » patareni «, perteneciendo a grupos que manejaban doctrinas similares. » tesserants «, » textores » (tejedores), que eran grupos en los cuales el comercio era normal. Algunas veces sus contemporáneos erróneamente le llamaron » waldenses «.

El demagogo Arnoldode Brescia y su hereje obispo Roberto de Sperone, les llamaron «arnoldistas» y «esperonistas». Por su distribución geográfica ellos fueron denominados «cátaros de Desenzano» o «albaneses» (de Desenzano, entre Brescia y Verona, o de Alba en Piedmonte, Albano, o quizá de las provincias de Albania); «bajolenses» o «bagnolenses» (de Bagnolo en Italia); «concorrezenses» (probablemente de Concorrezo en Lombardía); «tolosani» (de Toulouse); y especialmente «albigenses» (de Albi).

Las designaciones «pauliciani», de la cual fueron modificaciones «publicani», «poplicani», y «bulgari», «bugri», «bougres», señalan su origen muy probablemente en oriente. Recientemente, entre historiadores está surgiendo la tendencia a pronunciarse en el sentido de que los cátaros fueron descendientes lineales de los maniqueos. La doctrina, organización y liturgia de los primeros, en muchos aspectos, reproduce la doctrina, organización y liturgia de los primeros discípulos de Manes. El sucesivo aparecimiento de los priscillianistas, los paulicianos, y los bogomilis, representa hasta cierto punto el compartir de principios similares. Esto establece la evidencia sobre continuidad entre los dos extremos de nexos de la cadena -los maniqueos del Siglo III, y los cátaros del Siglo XI. Conforme nuestro conocimiento actual, sin embargo, se carece de pruebas sobre la dependencia genética de los cátaros respecto a los maniqueos.

Algunas diferencias entre los dos sistemas religiosos son tan radicales que hace difícil encontrar una explicación suficiente en apelar a que allí existe una evolución del pensamiento humano. Entre los cátaros, buscamos en vano por evidencias en relación con la mitología astral, el simbolismo pagano, la adoración de la memoria de Manes, todas las cuales fueron características importantes del maniqueismo. Sin embargo es atractivo trazar los orígenes de los cátaros a los primeros siglos de la cristiandad. En esto debemos de tener cuidado en no aceptar datos históricos que hasta el presente, no dejan de ser solamente conclusiones probables.

I. PRINCIPIOS DE LOS CATAROS

La característica esencial de los cátaros fue la fe en el dualismo. Por ejemplo creer en el principio del bien y el mal. El primero creó el universo invisible y espiritual, mientras que el segundo fue el autor del mundo material. Existen diferencias de opinión acerca de la naturaleza de estos dos postulados.

Los dualistas absolutos admitieron una perfecta equidad, mientras la corriente mitigada del dualismo se inclinaba por considerar que el principio del bien era eterno y supremo, mientras que el mal, inferior y una mera criatura. Tanto en el oriente como en el occidente, las dos versiones del dualismo llegaron a coexistir. Los bogomili del oriente profesaron las formas modificadas.

En occidente, los albaneses en Italia y casi todos los cátaros no italianos, fueron partidarios del dualismo rígido. El dualismo mitigado o modificado prevaleció entre bagnolenses y concorrezenses, quienes fueron más numerosos que los albaneses de Italia, aunque con poca representación en el exterior (para una exposición del dualismo absoluto, ver ALBIGENSES; para referencias sobre las modalidades mitigadas, ver BOGOMILI).

No solamente los albanenses y los concorrezenses se opusieron entre ellos, al punto de condenas mutuas, sino que también existieron divisiones entre los albanenses. Juan de Lugio, o de Bergamo, introdujo innovaciones en el sistema doctrinal tradicional, el que fue defendido por su (y quiza único) padre espiritual Balasinansa, o Belesmagra, el Obispo Cátaro de Verona. Hacia el año 1230 Juan llegó a ser el líder de un nuevo partido compuesto por los integrantes más jóvenes e independientes de la secta. En los dos principios coeternos de bien y mal, él ve dos dioses en contienda; entre ellos se limitan mutuamente sus libertades.

La perfección infinita no es un atributo del bien. Siendo un rasgo del mal, puede penetrar en todas las criaturas, y sólo puede producir seres imperfectos. Los bagnolenses y Concorrenzes fueron también diferentes en algunas cuestiones doctrinales. Los primeros mantuvieron que las almas humanas fueron creadas y habían pecado antes de que el mundo estuviese ya formado.

Los concorrezenses enseñaron que Satán insufló en el cuerpo del primer humano, su trabajo, un angel de quien se derivan las almas humanas en el sentido de haber sido culpable y de haber sido un transgresor. El sistema moral, la organización, liturgia del absoluto y el dualismo mitigado no tienen entre ellos diferencias substanciales, y han sido tratados como temas en el artículo de los albigenses.

2. HISTORIA

Francia, Bélgica y España

No existe fundamento histórico sobre la leyenda del maniqueo Fontanus, uno de los oponentes de San Agustín. Se dice que Fontanus llegó al castillo de Montwimer (Montaimé en la Diócesis de Châlons-sur-Marne) y desde allí extendió los principios dualísticos. Se considera que Montwimer fue quizá el más antiguo de los centros de cátaros en Francia y ciertamente el principal en el país norteño de Loire. Se ubicó como componente central de Francia en lo que llegó a ser la primera manifestación importante del catarismo.

En un concilio celebrado en 1022, en Orléans, en presencia del Rey Roberto el Piadoso, trece cátaros fueron condenados a la hoguera. Diez de ellos habían sido canónicos en la iglesia de la Santa Cruz, y otro había sido confesor de la Reina Constanza. Aproximadamente en la misma época (1025), herejes de similar condición, que reconocieron haber sido discípulos del italiano Gundulf, aparecieron en Liege y Arras. Con base en su arrepentimiento, quizá más aparente que real, se les dejó libres.

Los sectarios aparecieron de nuevo en Châlons bajo el obispado de Roger II (1043-65) quien en 1045 acudió a su compañero obispo, Wazo de Liège, en búsqueda de consejo respecto al tratamiento que se les debía dar. Este último sugirió indulgencia. No se registra manifestación de herejías en el norte de Francia durante la segunda parte del Siglo XI. No debe dudarse, sin embargo de su existencia secreta. Una nueva manifestación del mal ocurrió en el Siglo XII tanto en Francia como en Bélgica. En 1114 varios herejes que habían sido capturado en la Diócesis de Soissons fueron quemados por el populacho mientras sus casos estaban en discusión aún en el Consejo de Beauvais.

Otros resultaron amenazados con recibir un trato similar o bien corrieron la misma suerte en Liège en 1144. Algunos de ellos fueron liberados sólo debido a la enérgica intervención del obispo local, Adalbero II. Durante el resto del Siglo XII, los cátaros aparecieron en rápida sucesión en lugares diferentes. En 1162, el Arzobispo de Reims, mientras estaba de visita en Flandes, los encontró ampliamente extendidos en esa parte de la provincia eclesiástica. Luego de haber sido rechazados en un soborno que le ofrecieron por seiscientos marcos, que deseaban entregar a cambio de tolerancia, los herejes apelaron al Papa Alejandro III, quien se inclinó por tener misericordia, a pesar de que el rey Luis VII se avocaba por imponer rigurosas medidas.

En Vézelay en Burgundy siete herejes fueron quemados en 1167. Hacia el final de ese siglo, el Conde de Flanders, Felipe I, fue notable por la severidad mostrada hacia ellos. El Arzobispo de Reims, Guillaume de Champagne (1176-1202), vigorosamente secundó sus esfuerzos. La confiscación, el exilio, y la muerte fueron las penalidades que se les impusieron por Hugues, Obispo de Auxerre (1183-1206). La ejecución de cerca de ciento ochenta herejes en Montwimer, en mayo de 1239, fue un duro golpe para el catarismo en esos países.

El sur de Francia, donde los adherentes al catarismo fueron conocidos como Albigenses, fue el principal bastión cátaro en Europa Occidental. De allí se estima que este movimiento llegó a las pronvicias del norte de España: Cataluña, Aragón, Navarra y León. Partidarios de la herejía existieron en la península en 1159. Al principio del Siglo XIII, el rey Pedro II de Aragón personalmente condujo sus tropas para asistir a Raymundo VI de Toulouse contra los cruzados católicos, y cayó en la batalla de Muret en 1213. Durante ese siglo ocurrieron pocas manifestaciones esporádicas de la herejía, en Castelbo, en 1225, y otra vez en 1234,en León en 1232. Los cátaros sin embargo, nunca ganaron un establecimiento firme en el país y no se mencionan, sino después de 1292.

Italia

La región alta de Italia fue, luego del sur de Francia, el principal lugar de asentamiento de los cátaros. Entre 1030-1040 se encontró aquí una importante comunidad cátara en el castillo de Monteforte, cerca de Asti en Piedmont. Algunos de sus miembros fueron apresados por el Obispo de Asti y un cierto número de nobles de lugares vecinos, ante su negativa a retractarse, fueron quemados. Otros, por orden del Arzobispo de Milán, Eriberto, fueron llevados a esa ciudad arzobispal, donde se esperaba que fueron convertidos.

Ellos respondieron ante sus infructuosos esfuerzos, mediante actos que buscaban hacer proselitismo, después de ello, los magistrados les dieron la opción de escoger entre la cruz o la estaca. La mayoría prefirió la muerte a la conversión. En el siglo XII, luego de prolongados silencios, los registros históricos nuevamente hablan del catarismo, y lo muestra como una fuerte organización. Lo encontramos muy poderoso en 1125 en Orvieto, una ciudad perteneciente a los Estados Papales, la cual a pesar de las medidas tomadas, se sorprendió de tener allí a la herejía, la cual estaba desde hacía muchos años. Milán fue la más grande capital de los herejes, y escasamente había alguna parte de Italia, donde la herejía no estuviera presente.

Penetró en Calabria, Sicilia, y Cerdeña, y aún en Roma. Las prohibiciones, penalidades que impusieron las autoridades civiles y eclesiásticas del Siglo XIII, no fueron suficientes para detener el mal. Todo ello a pesasr de que Federico II no tuvo misericordia ocupando el trono, y que los Papas Inocencio III, Honorio III, y Gregorio IX, no escatimaron esfuerzos a fin de suprimir la secta. Para prevenir el reforzamiento de la ley contra ellos, los miembros de la secta, llegaron a recurrir al asesinato, como está probado en las muertes de San Pedro Parenzo (1199) y San Pedro de Verona (1252), o la de Pungilovo, quien luego de su muerte (1269), fue temporalmente honorado como un santo, por parte de la población católica local. Muchos en el exterior observaban prácticas católicas, mientras que permanecían fieles al catarismo.

De acuerdo con el inquisidor dominico Rainier Sacconi, él mismo habiendo sido un adherente de la herejía, había a mediados del Siglo XIII, cerca de 4,000 cátaros en el mundo. Ellos estaban en Lombardía y Marches, 500 en la secta Albanesiana, cerca de 200 bagnolenses, 1500 concorrezenses, 150 refugiados franceses, 100 en Vicenza y muchos más en Florencia y Spoleto. Aunque el número de «creyentes» muy probablemente no era proporcional con el de «perfecti», influido por el hecho de haber recibido refugiados de Francia, el número de cátaros del norte de Italia, correspondería a unas tres quintas partes del total de la membresía. La herejía, no obstante, no pudo mantenerse completamente en la segunda parte del Siglo XIII, y aunque continuó existiendo en el Siglo XIV, gradualmente fue desapareciendo de las ciudades y se refugió en lugares menos accesibles.

San Vicente Ferrer aún descubrió y convirtió a algunos cátaros en 1403 en Lombardía y también en Piedmont. Allí, en 1412 fueron ejecutados algunos de ellos. No hay definitivas referencias de ellos luego de esa fecha.

Alemania e Inglaterra

En términos comparativos, el catarismo no fue muy importante en Alemania e Inglaterra. En Alemania apareció principalmente en las tierras del Rin. Algunos miembros fueron aprehendidos en 1052 en Goslar en Hanover y ahorcados por orden del emperador Henry III. Cerca del 1110, algunos herejes, posiblemente cátaros, y dentro de ellos dos sacerdotes, aparecieron en Trier, pero no aparecen como sujetos a ninguna pena. Algunos años más tarde (1143) cátaros fueron descubiertos en Colonia.

Algunos de ellos se retractaron, pero el obispo de la secta y su socio, no estaban dispuestos a cambiar sus creencias y fueron citados ante un tribunal ecleciástico. Durante el juicio ellos, contra la voluntad de los jueces, fueron llevador por una turba y quemados. la iglesia herética parece haber tenido una completa organización en esta parte de Alemania, tal y como la presencia de un obispo parece confirmarlo.

Sobre estos eventos tenemos la refutación a la herejía, escrita por San Bernardo, quien lo hizo a requerimiento de Everwin, Abade de Steinfeld. En 1163 la ciudad de Rhenish, fue testiga de otra ejecución y una escena similar tuvo lugar casi simultáneamente en Bon. Otros distritos que también habían sido infectados fueron los de Bavaria, Suabia, y Suiza. No obstante, la herejía no pudo enraizarse firmemente en esas áreas y desapareció casi completamente en el Siglo XIII.

Aproximadamente en 1159, treinta cátaros, alemanes por su lengua y raza, dejaron un lugar desconocido, posiblemente Flandes, buscando refugio en Inglaterra. Sus esfuerzos proselitistas fueron compensados por la conversión de una mujer. Ellos fueron detectados en 1166 y entregados al poder secular de los obispos del Consejo de Oxford. Por órdenes de Henry II fueron azotados y maracados con hierro en la frente, y fueron lanzados a la intemperie en medio del frío del invierno. Se prohibió que alguna persona les ayudara. Todos perecieron por hambre o por exposición al frío.

Los Estados Balcánicos

En cierto momento histórico, Europa del Este, parece haber sido el territorio en el cual inicialmente se manifestó el catarismo, y ciertamente fue la región en la cual persistió hasta su final. Los bogomili, quienes fueron representantes de las herejías en su forma mitigada, quizá existieron desde inicios del Siglo X, y mucho después se encontraban numerosamente en Bulgaria. Bosnia fue otro centro catarista.

Algunos escritores en aportes recientes, no hacen diferencia entre los herejes encontrados allí y los bogomili, aunque otros se agrupan entre los dualistas rígidos. En occidente, documentos contemporáneos, usualmente se les llama «patareni». La designación que se aplicó a los cátaros en Italia. A fines del Siglo XII, Kulin, el gobernante civil de Bosnia (1168-1204) se convirtió a la herejía, y 10,000 de sus súbditos siguieron su ejemplo.

Los esfuerzos realizados por la Iglesia Católica, bajo la dirección de los Papas Inocencio III, Honorio III, y Gregorio IX, a fin de erradicar el mal, no fueron permanentemente exitosos. Un trabajo noble se acompañó con las misiones de los franciscanos que fueron enviados a Bosnia por el Papa Nicolás IV (1288-92). No obstante, aunque se utilizaron armas y persuasión contra los herejes, ellos continuaron con su movimiento en forma floreciente. Como esos territorios fueron durante largo tiempo dependencia de Hungría, se insertaron en el contexto en el cual los húngaros mostraron fuerte resistencia a la nueva fe.

Todo esto resultó en ser una fuente de debilidad para la Iglesia Católica, debido entre otras consideraciones, a que la causa religiosa se identificó con la independencia nacional. Cuando en el Siglo XV, el rey de Bosnia, Thomas, se convirtió a la fe católica, los estrictos edictos que lanzó contra sus anteriores correligionarios, no tuvieron mayor poder contra el mal. Los cátaros, con un número de 40,000 para entonces, dejaron Bosnia y pasaron a Herzegovina (1446). Los herejes desaparecieron unicamente luego de la conquistas de estos territorios por los turcos, en la segunda mitad del Siglo XV. Varios miles de los cátaros se unieron a la Iglesia Ortodoxa, mientras que otros se convirtieron al Islam.

3. LOS CATAROS Y LA IGLESIA CATOLICA

El sistema de los cátaros fue un ataque simultáneo para la Iglesia Católica y para el Estado. La Iglesia fue directamente asaltada en su doctrina y jerarquía. Aspectos que erosionaron las bases del Estado Cristiano fueron la negación del valor de los votos, y la supresión, al menos en teoría, del derecho a castigo. Pero el peligro más grande del triunfo de los principios heréticos hubiese significado la extinción de la raza humana.

La aniquilación fue la consecuencia directa de la doctrina catarista, que toda comunicación entre los sexos debe ser evitada y que el suicidio, o endura, bajo ciertas circusntancias son legales sino loables. La indicación de escritores como Charles Molinier, que las enseñanzas sobre el matrimonio de los cátaros y los católicos son similares, es una errónea interpretación de la doctrina y la práctica de la doctrina católica.

Entre los católicos, se prohibe que el sacerdote llegue a casarse, pero los devotos pueden tener la felicidad eterna en el estado de casados. Para los cátaros, ninguna salvación fue posible sin haber renunciado previamente al matrimonio. El señor H.C. Lea, de quien no se puede sospechar que tenga palabras parcializadas por la Iglesia Católica, escribe: «Sin embargo por mucho que desaprobemos los medios usados (por el catarismo) y tengamos compasión por quienes sufrieron por consciencia, no podemos dejar de admitir que la ortodoxia fue en este caso, causa de progreso y civilización. Si el catarismo hubiese llegado a ser dominante, o aún se le hubiese permitido existir en términos equitativos, su influencia no hubiera fallado en cuanto a probar el ser desastrosa» .

RESUMEN

El catarismo es la doctrina de los cátaros, un movimiento religioso de carácter gnóstico que se propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X, logrando asentarse hacia el siglo XIII en tierras de Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón.

Los llamados cátaros eran un movimiento religioso-cultural, propulsor de un nuevo orden social a partir del desarrollo individual. Desde sus fundamentos se oponían a la Iglesia Católica, a su doctrina, la cual negaba la posibilidad a los hombres de alcanzar un estado de desarrollo espiritual fuera de las instituciones católicas y sin la guía de un representante de la iglesia. La iglesia cátara fue uno de los numerosos movimientos sociales que intentaron romper con esta hegemonía eclesiástica e instaurar un nuevo orden, por lo que fue perseguida. Ya por el siglo XII, este movimiento tomó fuerza y comenzó a ganar muchos devotos, por lo que la Iglesia Católica intentó suprimirlo, debido a que los veían como rivales de mucha peligrosidad.Con influencias del maniqueísmo en sus etapas pauliciana y bogomila, el catarismo criticó las prácticas y la visión de la jerarquía de la Iglesia Católica, que en respuesta lo consideró herético.

Tras una tentativa misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar al uso de la fuerza, con el apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación a partir de 1209 mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el movimiento, reprimido con violencia por la Inquisición y debilitado, entró en la clandestinidad, pero desde la segunda mitad del siglo XX, el catarismo es objeto de investigaciones y de un esfuerzo por integrar su recuerdo a la identidad de las regiones donde se encontraba su foco central de influencia: el Languedoc y la Provenza, regiones del «Midi» o tercio sur de Francia.

visto desde otras fuentes ( http://factoriahistorica.wordpress.com/2011/03/29/el-catarismo/ )

El Catarismo

El catarismo fue un movimiento religioso herético, con respecto a la Iglesia Católica, que surge en el S. XII y que, difundiéndose por toda Europa, tuvo especial arraigo en el Sur de Francia. Desde un punto de vista doctrinal, el catarismo ha sido vinculado a diversas corrientes religiosas y de pensamiento: Maniqueísmo y dualismo oriental, por cuanto contemplan la existencia de dos principios, el Bien y el Mal, en constante lucha. El Mal, Satán, habría creado el mundo y lo material, mientras que el Bien se identifica con lo espiritual. Neoplatonismo, a través de Juan Escoto Erígena, que también pone el acento en el mundo de las ideas, en lo espiritual, frente al mundo terrenal, frente a lo material. Bogomilismo, por cuanto, además de lo anterior, comparten algunas posturas respecto a los sacramentos, como el rechazo al bautismo de los niños y Paulismo, en una interpretación maximalista de las enseñanzas del apóstol San Pablo respecto a la castidad, el celibato y la santidad de estas virtudes.

Por su parte, el origen de este movimiento herético medieval se ha intentado explicar en base a diversas interpretaciones: Así, podría ser un movimiento de contestación social de carácter popular o más bien de sectores vinculados al desarrollo urbano y comercial, un intento por retornar al cristianismo primitivo, una doctrina que permitía a la pequeña nobleza asegurar su independencia frente a la Iglesia y los grandes magnates. Objeto aún de discusión por parte de los especialistas, lo que es seguro, es que en este movimiento, convergerían diversas inquietudes e intereses. En cuanto al nombre, cátaro, provendría del griego ‘katharos’, esto es, perfecto, que es el estado que los miembros de este movimiento esperaban alcanzar y que es, de hecho, uno de los grados de la jerarquía cátara. Dicho nombre, provendría de Alemania, dado que en Francia eran conocidos como texerant, mientras que en Flandes eran denominados piphles. No podemos confundir a los cátaros con los valdenses, fuertes en el Norte de Italia, nacidos de las doctrinas del rico comerciante lionés, Pedro Valdo. Dado el arraigo y la protección que tenían en la ciudad meridional francesa de Albi, desde 1183, los cátaros también serán conocidos como albigenses.

Ya el Concilio de Reims (1148), puede que se refiriera a ellos cuando acusa de cómplices a aquellos que dejen residir a los herejes en sus dominios. El Concilio III de Letrán (1179), articula medidas contra ellos y contra quienes tengan tratos con ellos, mientras que en 1163, Eckbert, abad de Schönau, escribía ya los Trece Sermones contra los Cátaros. Por su parte, los cátaros habrían celebrado en 1174 el concilio de San Félix de Caraman, donde se reunieron los obispos cátaros del norte de Francia, Albi y Lombardía, y representantes de las iglesias cátaras de Carcasonne y Toulouse, siendo presidido dicho concilio por un papa, el oriental Nicetas o Niquinta de Constantinopla. Desde 1167 se habrían organizado diversos obispados cátaros, como el de Albi, Toulouse, Carcasonne y Agen. Los cátaros habrían tomado como modelo la organización eclesial católica romana, pero clasificaban los fieles de la siguiente forma: Obispo, Perfecto, Diácono y Creyente.

El diácono sería una especie de predicador, e incluso se le considera el equivalente al sacerdote católico. Sólo de entre ellos, serían elegidos los perfectos, fieles que habrían llevado su renuncia a lo material y lo mundano a un nivel superior, que les acercaba más que a ningún otro, a la perfección y la salvación. Por eso, sólo ellos podían nombrar a otros perfectos, ordenación que realizaban mediante la imposición de manos, rito sacramental equivalente al bautismo que se conoce como consolament o consolamentun. Otro de los sacramentos conservados por los cátaros, era una especie e confirmación, conocida como melhorament, que consistía en inclinarse tres veces seguidas delante del perfecto, pidiendo su bendición y la de Dios, a fin de perseverar en el camino hacia la perfección y la salvación. El aparelhament, por su parte, era el equivalente a la penitencia y la endura, el ayuno. Dado el radical rechazo de los cátaros a todo lo material, el ayuno más perfecto, el que garantizaba la salvación, era aquel que se llevaba al extremo de morir de inanición, lo que fue practicado por algunos de los fieles a este movimiento. Pobreza, celibato y rezo, constituían los pilares de la vida del perfecto cátaro.

Localización

El Concilio de Tours (1167) afirma que la herejía «parte del país de Tolosa», si bien, aun siendo esta el área donde arraigó de manera más intensa el movimiento, para algunos autores, las primeras manifestaciones se detectarían en el Norte de Italia, lo que avalaría la tesis de aquellos que hacen de las ideas del pope Bogomilo origen de muchos de estos movimientos heréticos, dada la relación de la Italia septentrional con el Imperio bizantino. Sabemos que, tras ser barrido, el catarismo volvería a tener un breve renacimiento en la persona de Pierre Autier, precisamente gracias a la pervivencia en el norte de Italia de obispos y ‘perfectos’ que podrían imponer el consolamentum, permitiendo la pervivencia del movimiento. Sin embargo, para Everwin de Steinfeld, los primeros cátaros aparecen en Colonia en 1143. Sea como fuere, lo cierto es que el área de mayor implantación se dibuja entre las ciudades de Carcasonne, Albi y Toulouse, con otros enclaves fuertes fuera de ese triángulo, como Laurac, Mirepoix o Montségur. Los cátaros y los complejos equilibrios internacionales. Si bien el catarismo pudo ser manifestación de descontento social o religioso, este fenómeno pasará a la Historia más bien por el particular contexto político e internacional y los intereses encontrados en este ámbito meridional.

Corona de Aragón

Ante las embestidas musulmanas en el lado septentrional de los Pirineos, Carlomagno decidió constituir una serie de entidades lo suficientemente fuertes como para frenar las incursiones islámicas en el Imperio: Se constituía así un dispositivo defensivo, la Marca Hispánica, de la que el condado de Barcelona formaría parte. En el contexto de la disolución del Imperio de Carlomagno – tratado de Verdún (843) -, surgirá en Barcelona Sunifredo, comes Barchinonae, y que, según Ramón d’Abadal, podría ser del conde de Carcasonne, lo que nos puede dar una idea de la temprana ligazón de Barcelona con el ámbito pirenaico septentrional. Efectivamente, los titulares del condado de Barcelona irán aglutinando diversos territorios al norte de los Pirineos, de modo que, por ejemplo, hacia 1070, Ramón Berenguer II adquiere los derechos hereditarios del condado de Carcasonne-Rases, por vía materna – Almodis de la Marche -, mientras que Ramón Berenguer III, recibirá Besalú en herencia en 1111 y al año siguiente, al casarse con Dulce de Provenza, obtendrá este condado y las tierras de Millau, Gavaldan y Carlat. Esta política occitánica, será recogida por los reyes aragoneses cuando, a raíz del matrimonio entre Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV de Barcelona, se constituya la Corona de Aragón y ambas entidades queden vinculadas.

Francia

Desde que Matilde, hija de Enrique I Beauclerc, rey de Inglaterra y duque de Normandía, se casara con Godofredo Plantagenet, conde de Anjou, y el hijo de ambos, Enrique I, se casara a su vez, con Leonor de Aquitania, el rey de Francia veía cómo diversos territorios occidentales del Imperio de Carlomagno, escapaban a su control. De hecho, los reyes de Francia apenas controlaban mucho más que la actual Île-de-France. Paradójicamente, el rey de Inglaterra, ostentando títulos de extensos territorios franceses, siendo más poderoso que el rey de Francia era, sin embargo, vasallo suyo, por ejemplo, por los ducados de Normandía o de Aquitania. Así, determinado el inglés a sacudirse el dominio vasallático del francés, y éste, a su vez, a imponer claramente su soberanía, el enfrentamiento resultaba inevitable. En este contexto, surge la figura de Felipe II Augusto (1180 – 1223), decidido a consolidar la soberanía regia y asegurar su dominio sobre los grandes principados surgidos de la disolución del Imperio carolingio. Sin duda, los dominios continentales del rey de Inglaterra, constituían uno de los desafíos más graves a los proyectos de Felipe Augusto, de manera que su sometimiento efectivo se convirtió en una prioridad para el galo. La vinculación comercial de Inglaterra y Flandes, inclinaría a los titulares de este ducado, vasallos del rey de Francia, a alinearse con los isleños. Sin duda, el principal escenario de la lucha sería, por tanto, el Norte, pero no debemos olvidar que el rey de Inglaterra también tenía vinculaciones con Aquitania – era duque de Guyena, porción de la antigua provincia romana -, por lo cual, no dejaba de ser el Sur un frente a tener en cuenta en la lucha general que mantenía Felipe Augusto contra los Plantagenet. La gravedad del asunto debía ser percibida ya por los franceses que asisten en 1159 al proyecto de enlace matrimonial entre los hijos de Enrique II de Inglaterra y Ramón Berenguer IV de Toulouse, enlace que suele ser manifestación, en estos tiempos, de una alianza política. Por otro lado, la conquista de Normandía (1204) por parte de Felipe II Augusto, implicó que los nobles normandos fueran desposeídos de sus feudos ingleses: Urgía compensar a dichos nobles con otras posesiones, si quería atraerse a los mismos y evitar una rebelión. No podemos olvidar que la cruzada contra los albigenses prendió especialmente en Normandia y que, de hecho, fue un normando, Simón de Montfort, el líder más destacado de la misma. Resulta significativo, además, que Simon de Montfort fuera también conde de Leiscester, si bien, lo era en teoría, dado que, como señalamos, los nobles normandos fueron desposeídos de sus feudos ingleses.

El Sur de Francia

La Francia meridional se encontraba dividida, en estos momentos, en diversas entidades políticas cuya vinculación vasallática resulta fluctuante: Por ejemplo, en 1135, Guillermo IV de Montpellier juraba fidelidad, nada menos, que a Alfonso VII de Castilla, mientras que Beziérs, Narbona y Carcasonne eran feudatarios de Pedro II de Aragón (1196-1213) durante el período que estamos analizando. Sea como fuere, podemos distinguir tres grandes bloques: Los Sant Géli, condes de Toulouse, los Trencável, señores de Carcasonne, Béziers y Albi y otros poderes locales como Foix, Narbona, Beárn. Teóricamente, los Trencável eran vasallos de los condes de Toulouse, pero la actitud refractaria de los primeros hacia el control por parte de sus señores, generaría tensiones y enfrentamientos entre ambos, llegando a cerrarse contra los Trencável, alianzas entre los tolosanos y aragoneses. Quizás este enfrentamiento explique la benévola y tolerante actitud de los señores de Albi y Béziers hacia los cátaros: Dado que Raimundo V de Toulouse combatía con denuedo la herejía, era natural que cátaros y Trencável se unieran, dada la convergencia de intereses y enemigos.

Papado

Aunque el arraigo de la herejía en el sur de Francia, y el amparo que los Trencável otorgaban a los herejes, podía preocupar a Roma, lo que los Papas temían especialmente era al Sacro Imperio Romano Germánico y los repetidos intentos de sus titulares por someter al Papado. Por eso, cuando Constanza de Sicilia se casa con Enrique VI (1190 – 1197), las alarmas saltaron en la Curia: el cerco imperial en torno a los Estados Pontificios se estrechaba. Sabemos que la esposa de Raimundo VI, Matilda, era ‘perfecta’, es decir, una notable cátara – lo que es perfectamente plausible, habida cuenta de las influencias islámicas y bizantinas de la corte de su padre Roger II, que podrían haberla puesto en contacto con doctrinas orientales -, lo cual, habría contribuido a suavizar la actitud del conde de Toulouse respecto a los herejes. Que un señor como el de Albi protegiera a los herejes era una cosa, pero que un magnate como el conde de Toulouse se uniera a éste en su amparo a los cátaros, podía resultar demasiado inquietante para Roma. Ahora bien, lo realmente grave, es que Matilda, era hermana de Constanza, es decir, de la esposa de Enrique VI de Alemania, de manera que, Raimundo VI estaba ahora vinculado a los enemigos de Felipe II Augusto e Inocencio III papa, por cierto, de origen francés. El frente meridional se volvía ahora especialmente hostil. La elección de Otón de Brunswick en detrimento del gibelino Felipe de Suabia, continuador de la tradicional política de los emperadores alemanes, redujo la tensión que había excitado los ánimos franco-romanos, pero ambos aliados se daban cuenta del peligro que suponía el condado tolosano, a la retaguardia del frente principal de la lucha entre ingleses y franceses.

La cruzada contra los cátaros

Paralelamente a estos acontecimientos, el Languedoc hervía desde un punto de vista religioso. Así, para contrarrestar la actividad cátara, la Iglesia envió diversos predicadores como Domingo de Guzmán, fundador, precisamente, de la Orden de Predicadores, también conocidos como dominicos, que continuarían la obra de San Bernardo de Claraval. Esta catequizante competencia se vería encauzada en los llamados coloquios, en los que cátaros y católicos se reunían para exponer sus puntos de vista. Si bien, Inocencio III podía impacientarse ante los escasos avances de la actividad misionera católica en el Languedoc, era Felipe II Augusto el que tenía bastante más prisa por dar salida a muchos de esos nobles normandos que se habían quedado sin sus feudos ingleses, y por neutralizar un principado que, a más de escapar al control soberano del rey de Francia, constituía un serio peligro en su retaguardia. La actitud de los legados pontificios como Pedro de Castelnau o Arnaud Amaury, muestran que a éstos no les interesaba la conciliación, sino poner a Raimundo VI al límite con exigencias cada vez más humillantes y duras que condujeran irremediablemente a la guerra. En 1207, Pedro de Castelnau consiguió que Raimundo VI se uniera a la cruzada contra los albigenses, pero el asesinato del legado pontificio poco después – supuestamente, a manos de un caballero al servicio del conde de Toulouse -, serviría en bandeja aquello que el rey de Francia esperaba desde hacía tanto tiempo: En marzo de 1208, Inocencio III proclama la cruzada contra Ramón VI y, lo que es más importante, contra sus territorios. El Papa, como no podía ser de otra manera, se dirige al rey de Francia y a la nobleza del Norte que, hasta ese momento, implicada en su lucha contra Juan Sin Tierra de Inglaterra, había ignorado otras convocatorias similares: Ahora, el Papa no llamaba a la cruzada sólo contra los herejes, sino contra un poder territorial muy concreto. Así, entre 1208 y 1209, Arnaud Amaury, sucesor de Pedro de Castelnau, predicará la cruzada, uniéndose a ella, entre otros magnates del norte, Otón III de Borgoña. Inicialmente, Ramón VI propondrá a su rival Ramón Roger, señor de Albi y Carcassonne, constituir una alianza contra la cruzada, pero el de Albi la rechazará. ¿Por qué rechazó Ramón Roger un ofrecimiento dirigido a frenar una agresión que iba, al fin y al cabo, especialmente contra él?. Quizás, el Trencável sabía que esa cruzada no iba tanto contra los herejes, como contra el conde de Toulouse, de manera que era probable que, si a las puertas de sus dominios, el señor de Albi se arrepentía, los cruzados respetarían su posición y títulos, mientras arremetían contra el tolosano, eliminando así a su adversario. Es probable que el conde de Toulouse se diera cuenta de la maniobra, puesto que él acabará haciendo exactamente lo mismo: Si la cruzada barría a los pequeños nobles de Occitania que habían tolerado o protegido a los herejes, cuando los cruzados se marcharan, el tolosano quedaría como el poder hegemónico de la zona.

Ahora bien, aunque Raimundo VI se había unido a los cruzados, el líder de éstos, Simon de Montfort atacaría también Toulouse, demostrando que la cruzada no se dirigía tanto contra los herejes, como contra el titular del poderoso condado meridional, insistimos, amenaza constante en la retaguardia de Felipe II Augusto y poder todavía no sometido a la efectiva soberanía del rey de Francia. Las victoria de Simon de Montfort, suponen victorias para el rey de Francia, pero su peón normando comenzaba a hacerse demasiado independiente y poderoso: Si en el verano de 1209 conquista Béziers y Carcasonne, convirtiéndose en señor de ambos señoríos – Pedro III aceptó que Simon de Montfort tuviera estos señoríos, pero estaría sometido a vasallaje del conde de Barcelona -, poco después irá arremetiendo contra otros enclaves y territorios, llegando a tomar Moissac e incluso los señoríos de nobles que nunca habían amparado la herejía.

Los nobles del Sur de Francia se dieron cuenta de que, o bien, la cruzada tenía como objetivo la completa erradicación de la herejía – muchos de sus familiares seguían las doctrinas cátaras -, o bien, se pretendía la completa sumisión del sur al rey de Francia, de manera que, ante la eficaz resistencia de Toulouse, el conde de Fóix, el vizconde de Béarn y a otros señores se unieron a Raimundo VI para combatir a los cruzados. Quizás las palabras atribuidas a Arnaud Amaury respecto a la población cátara y católica de Béziers, – «matadlos a todos, Dios escogerá a los suyos» – sean apócrifas, pero pueden ser un claro reflejo de lo que el rey de Francia y sus agentes pontificios pretendían: Someter a su soberanía el sur de Francia, territorio que, fuera católico o cátaro, prefería mantener la situación tal y como estaba. Sin embargo, la intensa actividad conquistadora de Montfort, podía conducir a la constitución de un principado aún más poderoso y extenso que el de Raimundo VI, por lo que Inocencio III acabará denunciando los excesos de Montfort, quizás horrorizado por las matanzas realizadas por el mismo, pero quizás también respondiendo a la inquietud generada en Felipe II Augusto por la exitosa expansión y consolidación del noble normando.

Ahora bien, si el Papa procuró atenuar los excesos de Montfort, Inocencio III no atenderá las demandas de los señores injustamente desposeídos, por lo cual, muchos de estos, vasallos de Pedro II el Católico de Aragón, decidieron pedirle ayuda, conscientes del prestigio alcanzado por su brillante y vital actuación en las Navas de Tolosa contra los almohades (1212), que le valió el título de rey católico. La presencia del aragonés mostraría al Papa que la de Montfort, no era una cruzada contra la herejía, sino una simple operación política. Pedro II, por su parte, tenía algunos motivos para intervenir: Los genoveses estaban trastornando sus planes respecto a Valencia y Mallorca, y Francia era el principal aliado de estos comerciantes italianos. Por otro lado, y como adelantamos más arriba, el rey de Aragón recoge la política pirenaica del condado de Barcelona, de manera que la actuación de Montfort es contemplada como una intolerable injerencia del rey de Francia en un ámbito de influencia que le pertenecía. La intervención en el sur de Francia, podría servir para enfriar el excitado ánimo galo y daría a Aragón mayor margen de maniobra en su pugna mediterránea. En septiembre de 1213, aragoneses y cruzados habrían de encontrarse en Muret, pero la derrota y muerte de Pedro II en la batalla, constituirá un duro golpe para la posición de los catalanos-aragoneses en el Pirineo septentrional.

Tras la victoria de Muret, Monfort volvió a arremeter contra Toulouse, pero como tras la batalla de Bouvines (1214), Felipe II Augusto había neutralizado a sus más poderosos enemigos, decidió que ya había llegado el momento de ocuparse del frente sur, y muy especialmente, del activo y poderoso Simon de Montfort. El que había iniciado su carrera como peón de Francia, parecía estar ahora fuera de control, por lo cual, urgía contrarrestar su poder.. Y precisamente, el conde de Toulouse podía servir a tales propósitos. Para no crear perplejidad entre los cruzados, el rey de Francia no podía pactar con Raimundo VI, personaje que, a pesar de retractarse, hacer penitencia o de haberse unido a los cruzados, había sido atacado sin piedad. Si ahora se pactaba con él, podría cundir la confusión entre los cruzados, y lo que es más importante, Simón de Montfort y otros jefes cruzados ahítos de tierras y títulos, podían sospechar. Era necesario eliminar a Raimundo VI, pero sin destruir por ello el señorío de los St. Gilles ni a sus legítimos titulares; la solución era simple: Raimundo VI sería sucedido por su hijo Raimundo VII.

Aceptando los tolosanos las soluciones propuestas en el IV Concilio de Letrán (1215), Raimundo VI y su hijo, durante el viaje de vuelta, serían recibidos en Marsella y Avignon con honores, jurándoles fidelidad. La victoria de los Raimundos en la batalla de Beaucaire (1216), anunciaba que la estrella de Montfort comenzaba a declinar. Es entonces cuando, decidido el normando a acabar de una vez por todas con los St. Gilles, decide poner un nuevo sitio a Toulouse. Sin embargo, el 25 de junio de 1219, Simon de Montfort moriría bajo los muros de la ciudad. Con la desaparición de Montfort, los señores del sur vieron alejarse el peligro de conquista y desposesión de sus feudos y señoríos, por lo que también se atenuaría el apoyo a los cátaros. El sucesor de Felipe Augusto, Luis VIII, seguirá presionando sobre los herejes y acabará imponiendo su autoridad, pero llegará a un acuerdo con Raimundo VII (Tratado de París, 1229), por el que el tolosano conservaba sus dominios y, a cambio, el rey de Francia consolidaba su autoridad. Raimundo VII debía, además, combatir a los cátaros hasta su completa erradicación.

El final del Catarismo

El final del catarismo, viene dado por diversas causas, que podemos clasificar en dos grandes grupos: Como adelantamos más arriba, la muerte de Montfort contribuyó a que la pequeña nobleza atenuara el apoyo prestado a los herejes. Los cátaros ya no eran tan necesarios y, seguir apoyándoles, podía sumir Languedoc en una nueva tormenta como la padecida desde 1209. De hecho, Ramón VII se preocupó de combatirles y perseguirles. La Iglesia incrementará la labor de persecución y exterminio. Las disensiones doctrinales las dudas, desconfianza y desazón entre los fieles fue una de las causas internas del final del catarismo. Uno de los aspectos más problemáticos, y que generó gran inquietud y defecciones entre los cátaros era, por ejemplo, la doctrina relativa al estado del perfecto: Así, si un perfecto pecaba, todos los que hubieran recibido el consolament de sus manos, lo perdían, de manera que se condenaban irremediablemente. Muchos comenzaron a temer si se salvarían, al no saber si el perfecto que les había impuesto las manos había pecado, generando dudas, desconfianza y una insoportable desazón entre los seguidores de la herejía, que les acabó por apartar del movimiento. El rechazo al matrimonio y las relaciones sexuales, contribuyó a reducir sus efectivos demográficos. Así, los cátaros afirmaban que si una mujer moría antes de dar a luz, se condenaba, puesto que había muerto llevando un demonio dentro. Y es que, si todo lo material era obra de Satán, también el hombre lo era – de hecho, Satán habría creado al hombre del barro y le habría infundido vida al incardinar en dicha creación a un ángel caído -, de manera que las mujeres embarazadas no estaban más que propiciando el nacimiento de nuevos demonios, y tenían ya dentro de sí un demonio. Que las mujeres pudieran ser ordenadas quizás atrajera a muchos disidentes de la Iglesia Católica, pero este tipo de doctrinas acabaría alejando a muchas de ellas, en una época, en la que éstas eran principales educadoras y transmisoras de valores.

La revuelta de 1242

Ante la virulenta persecución padecida por los cátaros, el sur de Francia volvió a agitarse en 1242, siendo asesinados algunos eclesiásticos. Dado que la revuelta habría sido planificada en Montségur, bastión albigense en el que se habrían refugiado obispos y gran número de perfectos, se resolvió acabar con el mismo. Sometido a sitio entre el verano de 1243 y marzo 1244, su caída supuso un duro golpe para el movimiento, al desaparecer el grueso de aquellos que, mediante imposición de manos, podían ordenar a nuevos perfectos. Refugiado en el Norte de Italia, el catarismo intentaría resurgir en diversas ocasiones a lo largo del S. XIV, destacando el período de Pierre Autier (1299 – 1310), hasta desaparecer en los albores del S. XV.

Ávila Granados, Jesús (2005). La Mitología Cátara – Símbolos y pilares del catarismo occitano. Madrid: mr ediciones. ISBN 84-270-3126-2; Bereslavskiy, Yohann (2007). CATARISMO XXI – Auténtica espiritualidad de los Cátaros. Barcelona: World Affairs. ISBN 84-611-6945-0; Lugio, Giovanni di y otros (2004).

El legado secreto de los Cátaros. El libro de los dos principios. Tratado cátaro. Ritual occitano. Comentario al Padre nuestro.

Ed.: Francesco Zambon Tr.: César Palma. Madrid: Ediciones Siruela. ISBN 978-84-7844-767-1.


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