Paz, ilusión y Telón de acero
Después de la suspensión de dos ediciones, previstas para Tokio y Helsinki, los Juegos Olímpicos volvieron a disputarse con el final de la II Guerra Mundial. Dado el estado de pobreza generalizada en una Europa cuya prioridad era reparar las destrucciones de a guerra. Por ello, en la sede londinense los atletas vivieron con una frugalidad espartana -el apoyo de los Estados Unidos en el suministro de alimentos fue fundamental- y no se construyeron nuevas instalaciones, sino que se aprovecharon las ya existentes, como el estadio de Wembley y la piscina Empire Pool. Para residencias de atletas se habilitaron colegios y antiguos cuarteles militares.
Como tras la I Guerra Mundial, Alemania y Japón, los derrotados, no participaron, si bien tampoco estaban en condiciones de hacerlo. La URSS declinó tomar parte en los Juegos. Sí lo hicieron algunos de los países situados tras lo que luego se llamó el ‘Telón de Acero’, conr regímenes comunistas, aunque algunos de los miembros de sus delegaciones aprovecharon los Juegos para abandonar el país. La guerra había causado muchas víctimas en el movimiento olímpico. Sólo dos atletas, la esgrimista húngara Ilona Elek y el palista checo Jan Brzak, lograron revalidar sus títulos de 1936.
Tras los experimentos de Berlín, la televisión entró en el mundo olímpico de forma oficial, aunque sólo pudieron recibirla escasos aparatos en un radio de unos 80 kilómetros de Wembley.
Zatopek y medalla española
El nivel deportivo de los Juegos no fue el mejor, dadas las circunstancias, pero aún así se dieron destacadas gestas. Las estrellas estuvieron en el atletismo: la holandesa Fanny Blankers-Kohen, oro en 100, 200, 4×100 y 80 metros vallas, fue la más laureada. El checo Emil Zatopek, con oro en 10.000 y plata en 5.000, inició la carrera que le llevaría a ser llamado ‘la locomotora humana’. Suecia ganó el oro en fútbol con un equipo en el que figuraron muchos jugadores que luego triunfarían en toda europa (Carlsson, Liedholm, Nordhal, Gren, Hamrin…).
España volvió a los Juegos con un equipo de setenta deportistas que llevaban ya una década de posguerra. Se ganó una única medalla. De plata, conseguida por José Navarro Morenés, Jaime García Cruz y Marcelino Gavilán en el concurso hípico de saltos por equipos. Jefe de delegación fue el general Moscardó, que dirigió a sus miembros una arenga patriótica antes de pisar esa «tierra de cabrones» (sic) como llamó a Inglaterra.