Prusia – Crecimiento y Declive


Prusia fue un antiguo reino y estado de Alemania. Su núcleo histórico contaba con una extensión de 294.081 km2 y una población de 4.176.2040 habitantes, casi los dos tercios de extensión del país alemán. Lo integraban las demarcaciones de Prusia oriental, Posen y Prusia Occidental, Pomerania, Sajonia, Alta y Baja Silesia, Westfalia, Hannover, Hesse-Nassau, Rin, Brandeburgo y Schleswig-Holstein. Su capital era Berlín y entre las ciudades más importantes se encontraban Colonia, Essen, Breslau, Francfort, Düsseldorf, Dortmund, Stettin, Halle y Magdeburgo.

La Prusia Medieval y Moderna.

La historia primitiva se confunde con la de la Marca de Brandeburgo y la de la casa Hohenzollern. En 1134, Alberto de Hohenzollern cimentó su gobierno territorial en dicha Marca, pero en 1319, al extinguirse su familia, la posesión sufrió un período de anarquía. Brandeburgo debió su expansión y poderío al Gran Elector Federico Guillermo (1640-88), que en la Guerra de los Treinta Años mantuvo el equilibrio entre el Imperio Alemán y Suecia, además de anexionarse, mediante la paz de Westfalia (1648), la Pomerania Oriental. Asimismo, por el tratado de Labian (1656) obtuvo el reconocimiento del ducado de Prusia independiente de Polonia. Ante las agresiones de Luis XIV de Francia, el elector de Brandeburgo fue uno de los primeros en pasar al contraataque: sus tropas ayudaron a los holandeses (1675-78) y derrotaron a los aliados suecos de Francia en la batalla de Fehrbellin (1675). Detenido por los celos de Austria y el poderío de Luis XIV, en 1679 tuvo que firmar el tratado de St Germain-en-Laye y devolver la Pomerania sueca. La rivalidad con el nuevo reino de Austria continuó hasta la guerra de 1866 pero, hasta el advenimiento de Federico el Grande (1740-86), los reyes de Prusia mantuvieron su alianza con el emperador y lucharon a su lado en las guerras de Sucesión de España y Polonia. La invasión de Silesia por Federico en 1740 dio lugar a la guerra de Sucesión austriaca. Durante la guerra de los Siete Años, Federico fue acosado por Austria, Rusia y Francia, pero mediante la paz de Hubertsburgo (1763), Prusia obtuvo Silesia y disfrutó de un período de paz hasta que estalló la Revolución francesa (1789).

El poderío prusiano: el zollverein y la Pequeña Alemania.

Federico Guillermo II (1786-97) se convirtió en aliado de Austria por el convenio de Reichenbach (1790) y por el tratado de Basilea (1795). En las guerras napoleónicas Prusia permaneció neutral hasta 1803, año en el cual Guillermo III tuvo que aceptar la ocupación de Hannover por parte de Francia en contra de lo estipulado por el tratado de Basilea. Terminada la guerra con Francia, Prusia recuperó lo que había perdido en Tilsit. El primer paso para la unificación alemana se dio con la implantación por Prusia de la unión aduanera (Zollverein), formada por varios estados del norte del país. Sin embargo, los movimientos revolucionarios de 1848 obligaron a Federico Guillermo III (1840-61) a convocar la Asamblea Nacional de Berlín (22 de mayo de 1848) y preparar una constitución.

La pugna entre la Gran Alemania y la Pequeña Alemania estaba en su máximo apogeo. Viena representaba la idea de la Gran Alemania, de la tradición imperial por encima del mero concepto de nación. La Confederación Germánica, guiada por Viena, no era sino el punto de apoyo de un gran organismo que abarcaba toda la zona de la Europa central, desde el Rin al Danubio y desde el Oder al Po.

Diferente era la idea de la Pequeña Alemania representada por Prusia, que se identificaba con la idea nacional y con la necesidad de resolver el problema alemán en términos nacionales, consciente de su individualidad y dotándola de una organización propia. Había llegado la hora en la que una de las dos vías triunfaría.

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El florecimiento prusiano: Otto von Bismarck (1815-1898).

El protagonista indiscutible de este proceso fue el canciller Otto Eduard Leopold von Bismarck, partidario convencido de que la única salida posible, realista y necesaria era la nacionalista.

Así fue como tanto en la Guerra de Crimea (1854-1856), como más tarde en el conflicto austriaco-italiano de 1859, los prusianos defendieron una política realista de imponer su hegemonía económica y de prestigio en el área estrictamente germánica, sin dejarse arrastrar en estos conflictos por un apoyo ciego a la política austriaca con cuyos intereses no coincidían.

Bismarck se dio cuenta enseguida de que la unidad no podía conquistarse a base de discursos sino que debería utilizar la fuerza de las armas; de ahí que pusiera en práctica su estrategia política, comúnmente denominada Realpolitik. La mayor parte de la historiografía está actualmente de acuerdo en señalar que Bismarck no tuvo nunca una ideología política definida, sino objetivos concretos y puntuales hacia los que dirigía su firme voluntad y su gran capacidad rectora. La razón de estado era primordial en su concepción política de lo que deberían ser Prusia y Alemania, así como el papel de una en la otra.

Por lo tanto, bajo la dirección de Bismarck coincidió el momento de la hegemonía prusiana y también se llevó a cabo el proyecto de unificación alemana, distinguiendo al menos tres etapas: la cuestión de los ducados daneses (1864), en la que rivalizaron las dos potencias en conflicto; la guerra austro-prusiana (1866), que facilitó la “unidad sin Austria”; y, por último, en 1870, la guerra franco-prusiana, sin duda, el paso decisivo en la creación del nuevo imperio alemán (II Reich).

El declive prusiano en el siglo XX.

Después de la I Guerra Mundial (1914-1918), estalló la revolución en Prusia y en otras zonas de Alemania. Los postulados sobre los que se había asentado el poder prusiano fueron paulatinamente sustituidos por otros en los que la idea de la Pequeña Alemania ya no tenía cabida. Así pues, tras la Conferencia de Potsdam (2 de agosto de 1945), la mayor parte de Prusia Occidental fue cedida a Polonia, mientras que la Oriental se la repartieron entre Polonia y la Unión Soviética, poniendo fin a la historia de Prusia como poder independiente.

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