Historia y Ampliaciones del Museo del Louvre


El conjunto de los edificios del Louvre constituye el mayor palacio del mundo, que se extiende sobre una superficie de casi 200.000 m2 (si establecemos una comparación, el Vaticano y la Basílica de San Pedro ocupan un solar de unos 70.000 m2). Al parecer, el nombre proviene de los términos Lupara o Louverie, con los que se denominó a un pabellón de caza, punto de reunión de los cazadores en sus batidas a los lobos.

Construido a fines del siglo XII, el castillo fue en sus inicios la fortaleza que defendía los accesos a París; no es demostrable que una primera cortina de murallas junto al Sena fuera construida por Felipe Augusto, pero sí que bajo su reinado se levantó el torreón cuyos cimientos se descubrieron en 1885. Dos siglos después, las obras ejecutadas por el humanista y bibliófilo Carlos V de Francia para la conservación de la biblioteca, convirtieron el edificio en un auténtico palacio. Francisco I, siempre en su afán de dotar a la capital del Sena de majestuosas edificaciones, ordenó al arquitecto Lescot derribar el antiguo torreón medieval y levantar un palacio al estilo italiano, que tendría planta cuadrada articulada alrededor de un patio central; el buen gusto del artista quedó plasmado en la parte oeste  de la fachada del patio, para decorar la cual contó con la colaboración del escultor Goujon. En este remodelado Louvre, sentó sus reales la corte hasta el reinado de Enrique II. La guerra civil paralizó las obras, que reanudó la viuda del anterior, Catalina de Médicis, durante los reinados de sus hijos. Bajo la dirección de Pedro Chambiges y luego de Métezeau, se prolongó el ala sur a lo largo del Sena, con intención de unirlo al nuevo palacio extramuros de las Tullerías.

El rey Luis XIII confió al arquitecto Lemercier, siempre con el respeto debido a la línea impuesta por Lescot, las obras del Pabellón del Reloj, que sería el centro de la nueva fachada occidental; Luis Levau continuó los trabajos en tiempos de Luis XIV y aprovechó para dejar su sello en la Galería de Apolo, que había sido destruida por un incendio en 1661. La construcción de la fachada este, que cierra el patio del Louvre, fue objeto de largas consultas, en las que participó el arquitecto Bernini, aunque finalmente se encomendó la ejecución de ésta al francés Claude Perrault, que realizó una soberbia y majestuosa columnata, con la que quedaba completa la fachada oriental.

Las preferencias de la Corte en estos momentos se decantaron por Versalles, lo cual fue motivo de que las obras no se volvieran a reanudar hasta Napoleón I, quien exhortó a  los arquitectos Percier y Fontaine a que terminaran de restaurar y enriquecer todo el edificio, y tuvo la intención de unir el Louvre con las Tullerías por su lado norte. Los trabajos sufrieron un nuevo corte, y se reemprendieron de nuevo bajo Napoleón III; fue el arquitecto Lefuel quien después de haber casi vaciado las arcas del erario, terminó el enlace septentrional, al que dio un estilo sobrio y pesado. El incendio intencionado que destruyó las Tullerías durante la Comuna, en mayo de 1871, desposeyó al palacio de esta pesantez arquitectónica; sin embargo, desde el punto de vista estético la construcción ganó mucho, pues quedó encuadrada entre los pabellones de Marsan y Flora, con la perspectiva incomparable que se abre a través de los jardines del Carrousel -llamados así por haberse celebrado una fiesta hípica en 1662- y de las Tullerías hacia los Campos Elíseos y el arco triunfal de L’Étoile.

En 1989 el palacio, ya convertido en museo, fue ampliado con galerías subterráneas, y se procedió a la instalación de una gran pirámide de cristal en medio del patio delantero; ésto suscitó una tremenda polémica entre los puristas, partidarios de mantener intacto el estilo de la antigua construcción y los defensores de un vanguardismo moderno y funcional.

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Museo del Louvre

El primitivo núcleo del museo había sido el Gabinete del Rey, construido por Francisco I, quien envió a su pintor Primaticcio a Italia a comprar antiguedades, y que supo hacerse con un conjunto artístico excepcional, en su mayoría obras maestras. La colección real no llegó a exponerse hasta los tiempos de  Luis XIV, después de las adquisiciones del cardenal Mazarino y del banquero Jabach. Un primer inventario fechado en 1710 situaba el número de cuadros en casi dos mil quinientos. En 1781 se realizó una primera instalación de las colecciones reales en el Louvre, pero las exposiciones anuales de bellas artes, llamadas salons, provocaron la traslación del conjunto a Versalles. El museo se abrió al público en 1793, muy enriquecido por las donaciones de particulares como Sauvageot, La Caze, His de La Salle o Rostchild, efectuadas a finales del XIX y principios del XX. En 1932, después de la Primera Guerra Mundial, cuando las salas permanecieron cerradas y los objetos manejables fueron trasladados en el intento de preservarlos de los peligros que implica siempre una guerra, el museo sufrió una profunda reordenación y se procedió a la recuperación de los edificios del palacio, quedando la pinacoteca dividida en siete departamentos.

Las salas destinadas a antiguedades orientales comprenden numerosos monumentos asirios, babilónicos, persas, fenicios y caldeos, en su mayor parte procedentes de las excavaciones de las ciudades de Nínive, Assur y Korsabad. Mención especial merece por su importancia la Estela o Código de Hammurabi, en que se conserva el primer código civil del que se tienen noticias. Se incluyen también fragmentos de bajorrelieves de los palacios de Darío y Artejerjes, importantes por la influencia que han ejercido en las artes figurativas.

El departamento de antigüedades egipcias comprende un crecido número de objetos  traídos por Champollion en 1826 de Egipto, tales como sarcófagos, esfinges, papiros y pinturas fúnebres, que permiten el estudio de la historia, vida civil, ritos funerarios y religión de los habitantes de la región del Nilo; entre todos éstos, destaca la famosa estatua del escriba.

Las obras griegas y romanas esculpidas en mármol pasan de las tres mil, y entre ellas se pueden admirar algunas tan famosas como la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo, además de una escogida colección de bustos y estatuas de emperadores romanos, deidades clásicas, inscrpiciones y relieves.

La sección destinada a pintura comprende obras de diversa procedencia, en un conjunto bastante equilibrado, desde época medieval hasta nuestros días. Tienen aquí su representación hermosas obras de renacentistas como Giotto, Leonardo o Tiziano, o de maestros venecianos como Tintoretto o Veronés. Se exhibe también en estas dependencias la famosísima Gioconda. Pinturas de Flandes y Holanda, la escuela inglesa y la alemana, los franceses del XIX, hacen su historia en estas salas. La etapa ulterior de la pintura francesa fue trasladada al final del jardín de las Tullerías, en el pabellón del Jeu de Pomme y, en 1986, al museo de Orsay, donde se admiran las obras de Manet, Cézanne, Van Gogh y sus amigos.

La excepcional importancia del Gabinete de Dibujos radica  en sus más de noventa mil dibujos originales de todas las escuelas hasta el siglo XVIII. Destacan las acuarelas y pasteles franceses y los retratos que forman un conjunto deslumbrante.

Más heterogéneo en su procedencia geográfica, el departamento de objetos artísticos comprende obras tan diversas como la colección Grog-Carven, las joyas de la corona, tapices, estampas japonesas, y obras que permiten seguir la evolución de las artes decorativas.

Fuente: Britannica

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