Tercios Españoles


 MINOLTA DIGITAL CAMERAUn tercio era una unidad de infantería del Ejército español durante la época de la Casa de Austria. Los tercios fueron famosos por su resistencia en el campo de batalla y formaron la élite de las unidades militares disponibles para los reyes de España de la época.

A partir de 1920 también reciben ese nombre las formaciones de tamaño regimental de la Legión Española, unidad profesional creada para combatir en las guerras coloniales del norte de Africa, y que se inspiraba en las gestas militares de los tercios históricos.


Origen de los Tercios

Desembarco de tercios españoles en la batalla de la Isla Terceira, en las Islas Azores.Aunque fueron oficialmente creados por Carlos I de España tras la reforma del ejército de 1534 como guarnición de las posesiones españolas en Italia y para operaciones expedicionarias en el Mediterráneo, sus orígenes se remontan probablemente a las tropas de Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia, organizadas en coronelías que agrupaban a las capitanías. En realidad, se comenzaron a gestar en la península. Durante el reinado de los Reyes Católicos y a consecuencia de la guerra de Granada, se adoptó el modelo de piqueros suizos, poco después se repartían las tropas en tres clases: piqueros, escudados (espadachines) y ballesteros mezclados con las primeras armas de fuego portátiles (espingarderos y escopeteros). No tardaron mucho en desaparecer los escudados y pasar los hombres con armas de fuego de ser un complemeto de las ballestas a sustituirlas por completo. Las victorias españolas en Italia frente a los poderosos ejércitos franceses tuvieron lugar cuando todavía no se había completado el proceso. Los tres primeros tercios, creados a partir de las tropas estacionadas en Italia, fueron el Tercio Viejo de Sicilia, el Tercio Viejo de Nápoles y el Tercio Viejo de Lombardia. Poco después se crearon el Tercio Viejo de Cerdeña y el Tercio de Galeras (que fue la primera unidad de infantería de marina de la Historia). Todos los tercios posteriores se conocerían como Tercios nuevos. A diferencia del sistema de levas o mercenarios, reclutados para una guerra en concreto, típica de la Edad Media, los tercios se formaron de soldados profesionales y voluntarios que estaban en filas de forma permanente.

El objetivo del Tercio era poder contar con cuerpos móviles y poderosos para afrontar las múltiples campañas militares a las que se enfrentaban los gobernantes españoles de la época.

Estaban inspirados en la Legión romana, por lo que algunos historiadores creen que pudieron ser bautizados así debido a la tercia, la legión romana que operaba en Hispania. Eran unidades regulares siempre en pie de guerra, aunque no existiera amenaza inminente. Otros se crearían más tarde en campañas concretas, y se identificaban por el nombre de su maestre de campo o por el escenario de su actuación. El origen del término «tercio» resulta dudoso. Algunos piensan que fue porque, en su origen, cada tercio representaba una tercera parte de los efectivos totales destinados en Italia. Otros sostienen a que se debían incluir a tres tipos de combatientes (piqueros, arcabuceros y mosqueteros). Y también hay quienes consideran que el nombre proviene de los tres mil hombres, divididos en doce compañías, que constituían su primitiva dotación. Esta última explicación parece la más acertada, ya que es la que recoge el maestre de campo Sancho Londoño en un informe dirigido al duque de Alba a principios del siglo XVI:

«Los tercios, aunque fueron instituidos a imitación de las legiones (romanas), en pocas cosas se pueden comparar a ellas, que el número es la mitad, y aunque antiguamente eran tres mil soldados, por lo cual se llamaban tercios y no legiones, ya se dice así aunque no tengan más de mil hombres».

Entonces el nombre de Tercio puede venir del hecho de que los primeros tercios italianos estuvieran compuestos por 3.000 hombres. Lo más probable es que se refiriese simplemente a una parte de las tropas, como en los abordajes, donde se dividian los hombres en tres «tercios» o «trozos».

Organización de los Tercios

imperio espanol tercio cuadro

La organización de los tercios varió muchísimo durante su existencia (1534-1704).

La estructura original, propia de los Tercios de Italia, dividía cada tercio en:

10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2 de arcabuceros, de 300 hombres cada una.

Cada compañía, aparte del capitán, tenía otros oficiales: un alférez, un sargento y 10 cabos (cada uno de los cuales mandaba a 30 hombres de la compañía); aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto número de auxiliares (oficial de intendencia o furriel, capellan, músicos, paje del capitán, etc).

Posteriormente, los Tercios de Flandes adoptaron una estructura de 12 compañías, 10 de piqueros y 2 de arcabuceros, cada una de ellas formada por 250 hombres. Cada grupo de 4 compañías se llamaba coronelía. El estado mayor de un tercio de Flandes tenía como oficiales principales a los coroneles (uno por cada coronelía), un Maestre de Campo (jefe supremo del tercio nombrado directamente por la autoridad real) y un Sargento Mayor, o segundo al mando del Maestre de Campo.

Los tercios solían presentarse en el campo de batalla agrupando a los piqueros en el centro de la formación, escoltados por los arcabuceros y dejando libres a algunos de estos últimos en lo que se denominaban mangas, para hostigar y molestar al enemigo.

El personal de cada unidad era siempre voluntario y entrenado especialmente en el propio tercio, lo que convierte a estas unidades en el germen del ejército profesional moderno. Los ejércitos españoles de aquel tiempo estaban formados por soldados reclutados en todos los dominios de los Habsburgo hispánicos y alemanes, amén de otros territorios donde abundaban los soldados de fortuna y los mercenarios: alemanes, italianos, valones, suizos, borgoñones, flamencos, ingleses, irlandeses, españoles… En el conjunto del ejército la proporción de efectivos españoles propiamente dichos solía ser inferior al 50%, e incluso menos aún: hasta un 10-15% a lo largo de casi toda la guerra de Flandes. Sin embargo, eran considerados el núcleo combatiente por excelencia, selecto, encargado de las tareas más duras y arriesgadas (y consecuentemente, con las mejores pagas). Inicialmente sólo los españoles originarios de la Península Ibérica estaban agrupados en Tercios y durante todo el período de funcionamiento de estas unidades se mantuvo vigente la prohibición de que en dichos tercios formaran soldados de otras nacionalidades; en los años 80 del XVI se formaron los primeros tercios de italianos cuya calidad rivalizaba con la de los españoles, y a principios del siglo XVII se crearon los tercios de valones, considerados de peor calidad. Los lansquenetes alemanes en servicio del rey hispano, no llegaron nunca a ser encuadrados en tercios y combatían formando compañías.

El ejército del duque de Alba en Flandes, en su totalidad, lo componían 5000 españoles, 6000 alemanes y 4000 italianos. Cuando el tercio necesitaba alistar soldados, el rey concedía un permiso especial firmado de propia mano («conducta») a los capitanes designados, que tenían señalado un distrito de reclutamiento y debían tener el número de hombres suficiente para componer una compañía. El capitán, entonces, desplegaba bandera en el lugar convenido y alistaba a los voluntarios, que acudían en tropel gracias a la gran fama de los tercios, donde pensaban labrarse carrera y fortuna. Estos voluntarios iban desde humildes labriegos y campesinos hasta hidalgos arruinados o segundones de familias nobles con ambición de fama militar, pero normalmente no se admitían ni menores de 20 años ni ancianos, y estaba prohibido reclutar tanto a frailes o clérigos como a enfermos contagiosos. Los reclutas pasaban una revista de inspección en la que el veedor comprobaba sus cualidades y admitía o expulsaba a los que servían o no para el combate. A diferencia de otros ejércitos, el de los tercios el soldado no estaba obligado a jurar fidelidad y lealtad al rey.

El alistamiento era por tiempo indefinido, hasta que el rey concedía la licencia y establecía una especie de contrato tácito entre la Corona y el soldado, aunque aparte del rey también los capitanes generales podían licenciar a la tropa. Se daba por hecho que el juramento era tácito y efectivo desde este reclutamiento. Los agraciados con su entrada en el tercio cobraban ya al empezar un sueldo por adelantado para equiparse, y los que ya disponían de equipo propio recibían un «socorro» a cuenta de su primer mes de sueldo.

No hay duda de que estas condiciones se pasaban a veces por alto a causa de la picaresca personal o de las necesidades temporales del ejército, pero en general siempre se exigió que el soldado estuviese sano y fuerte, y que contara con una buena dentadura para poder alimentarse del duro bizcocho que se repartía entre la tropa. En España las mayores zonas de reclutamiento fueron Castilla, Andalucía, el Levante, Navarra y Aragón. Honor y servicio eran conceptos muy valorados en la sociedad española de la época, basada en el carácter hidalgo y cortés, sencillo pero valiente y arrojado de todo buen soldado. Aunque hay que añadir que no hubo escasez de voluntarios alistados mientras las arcas reales rebosaron de dinero, es decir, hasta las primeras décadas del siglo XVII. No existían centros de instrucción, porque el adiestramiento era responsabilidad de los sargentos y cabos de escuadra, aunque la verdad es que los soldados novatos y los escuderos se formaban sobre la marcha. Se procuraba repartir a los novatos entre todas las compañías para que aprendieran mejor de las técnicas de los veteranos y no pusieran en peligro la vida del conjunto. Era también común que en las compañías de formaran grupos de camaradas, es decir de cinco o seis soldados unidos por lazos especiales de amistad que compartían los pormenores de la campaña. Este tipo de fraternidad unía las fuerzas y la moral en combate hasta el extremo de ser muy favorecida por el mando, que prohibió incluso que los soldados vivieran solos. El ascenso se debía a aptitud y méritos, pero primaban también mucho la antigüedad y el rango social. Para ascender se solía tardar como mínimo 5 años de soldado a cabo, 1 de cabo a sargento, 2 de sargento a alférez y 3 de alférez a capitán. El capitán de una compañía de tercio era el mando supremo que debía rendir cuentas ante el sargento mayor, que a su vez era el brazo derecho del maestre de campo (designado directamente por el rey y con total competencia militar, administrativa y legislativa).

Listado de los Tercios

Viejo de Lombardía
Viejo de Sicilia
Viejo de Nápoles
Viejo de Brabante
Viejo de Cartagena o de Ambrosio Spinola
Saavedra
Alvaro de Sande
Flandes
Fuenclara
Caracena
Mortora
Garciez
Alburquerque
Bonifacio
Meneses
Seralvo
Cordobas
Casco de Granada
Nuevo de Toledo
Nuevo de Valladolid
Azules Viejo
Fijo del reino de Nápoles
Zapena
Villar
Monroy
Morados Viejos (Sevilla)
Amarillos Viejos
Azules Viejos (Toledo)
Viejo Lesaca
Castilla
Guipúzcoa
los Arcos
Idiáquez
Aragón
Valencias y Conde de Garcies
Verdes Viejos
Diputación de Cataluña
Ciudad de Barcelona
Collorados Viejo
Amarillo Nuevo (tercio provincial de Léon)
Amarillos Viejos
Costa de Granada
Azules Nuevos (tercio provincial de Murcia)
Los Blancos (tercio provincial de Segovia)
Colorados Nuevos (tercio provincial de Gibraltar)
Morados Nuevos (tercio provincial de Toledo)
Tercios de la Armada (2 o 3 en 1701)
Viejo de la Armada Mar Oceano
Viejo Armada
Fijo de la Mar de Napoles
Tercios italianos ( 11 a 14 en 1701)
Toraldo
Cardenas
Avalos-Aquino
Torrecusa
Guasco
Lunato
Paniguerola
Torralto (napolitano)
San Severo (napolitano)
Torrecusa (napolitano)
Cardenas (napolitano)
Lunato (lombardo)
Paniguerola (lombardo)
Guasco (lombardo)
Tercio vecchio de Nápoles (napolitano)
Tercios irlandeses (1 en 1701 ? )
Tyron
Bostock
Tercios alemanes (6 a 9 en 1701)
Tercios des Grisons (suizos, 2 en 1701)
Tercios valones (8 en 1701)
Beaumont


La Leyenda Negra

La mala fama de los tercios españoles forma parte inseparable de la Leyenda Negra difundida por la historiografía anglosajona y francesa para perjudicar la imagen política de España a partir -sobre todo- de Felipe II. Esos prejuicios se basan en hechos ciertamente lamentables que fueron obra de los rudos y feroces soldados en algunos episodios de desorden y saqueo indiscriminado acompañado de crueles matanzas. Durante el desempeño del cargo de jefe de los tercios que hizo el tercer Duque de Alba los odios se exacerbaron, sobre todo a raíz de la política de mano dura y represión que impulsó el noble, considerado todavía hoy una auténtica bestia negra por los flamencos y holandeses protestantes. Aunque todos los ejércitos anteriores y posteriores a la época cometieron y cometerían los mismos excesos, la mala fama de los tercios españoles fue aumentada por el odio holandés y protestante a un invasor que veían como una doble amenaza: política (acusando a España de imperialismo) y religiosa (luchando contra el catolicismo que los Austrias querían imponer a toda costa en los territorios donde caló profundamente la Reforma Protestante). Los peores desmanes de los tercios los ocasionaban los continuos atrasos en el envío de la paga. Los sueldos ya de por sí eran bajos, pero con ese salario hay que tener en cuenta que el soldado pagaba la ropa, su manutención, las armas, y hasta a veces el alojamiento, aunque excepcionalmente algunos nobles se ofrecieron a costear los gastos de una guerra concreta para ganar méritos y prestigio ante el rey de España.

Si la paga llegaba a tardar más de 30 meses (como ocurrió en algunos momentos), los tercios se amotinaban y eran capaces de lo peor, aunque jamás pusieran en duda su plena fidelidad a España y al rey. Era entonces cuando el saqueo descontrolado pasaba a ser el único sistema para resarcirse de la falta de dinero, y ese saqueo podía proceder tanto de la captura de bagajes enemigos como del pillaje en pueblos y ciudades. El botín estaba prohibido cuando una ciudad pactaba voluntariamente una rendición antes de que los sitiadores instalaran la artillería, pero si esto no se producía la plaza quedaba entonces a merced del vencedor. Uno de los episodios más negros de los tercios se produjo en el saqueo de Amberes en 1576, que duró más de tres días y llegó hasta extremos inhumanos de barbarie y devastación. El 4 de noviembre de 1576 las calles quedaron sembradas de cadáveres de toda clase y condición con los dedos y las orejas cortados para llevarse las joyas personales que los soldados tanto ansiaban. Familias enteras fueron torturadas en busca de dinero.

Episodios similares se vivieron tanto en Cataluña como en Portugal, territorios que se rebelaron contra la Corona de los Austrias a causa de la falta de acuerdo en materia de política económica interna y, sobre todo, del mantenimiento costosísimo que representaban los tercios en campaña. El estacionamiento de los tercios en la frontera catalana con Francia y la polémica (pero tal vez necesaria) Unión de Armas que proyectaba hacer el valido de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, reuniendo el dinero y los efectivos humanos de todos los reinos y señoríos hispánicos, acabaron por encender la mecha del polvorín en el que se habían convertido el Principado de Cataluña y el Reino de Portugal, totalmente contrarios a tales medidas porque perjudicaban de forma grave sus expectativas económicas a la vez que violaban sus privilegiados fueros de origen medieval. Los tercios eran una olla de presión allá donde se dirigían, y sumándole a esto la falta de tacto del valido y el tozudo autoritarismo real de Felipe IV, más la también tozuda reticencia y desconfianza de las cortes catalanas y portuguesas, el resultado fue tan caótico que sumió simultáneamente a la Península Ibérica en dos frentes rebeldes al rey. Los tercios estacionados en Cataluña pesaban como una losa sobre las posibilidades de las clases humildes y populares a causa de sus gastos y excesos. El amotinamiento de los soldados se sumó a la rebelión popular en respuesta de sus atrocidades. Pueblos enteros fueron saqueados e incendiados en el Principado catalán en 1640, dando inicio a la llamada Guerra de los Segadores y a la temporal escisión de Cataluña del Imperio gracias a las calculadas maniobras políticas del cardenal Richelieu, valido de Luis XIII. Tras varias negociaciones y la pérdida resignada de Portugal, independizado con los Braganza como nueva dinastía nacional, el gobierno de Madrid logró encauzar la situación a costa de aceptar todas las condiciones fijadas por la Generalidad catalana y dejar que Francia consolidase sus anexiones al norte de los Pirineos, donde ocupó varias comarcas catalanas.

Puedes encontrar mucha informacion en la siguiente página :

http://www.tercios.org/

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